lunes, 30 de mayo de 2011

VÍCTOR VILLEGAS[1]


(Homenaje póstumo)


Por Bergson Rosario

¿Quién iba a decirle a Da. María Ugarte que de su sección periodística (Colaboración escolar) publicada en el “El Caribe” en la década de los años cuarenta, serviría  como el primer anillo del hueco cavernoso que conduciría a una naciente promoción o movimiento de jóvenes escritores hacia los escaños más elevados del Parnaso nacional? ¿Quién pudo haber afirmado que en estos imberbes escolares del Nivel Medio, en ese momento Escuela Normales para varones, saldrían luego los titanes que enarbolaran la tea  de fuego frío del verbo poético hacia la cima imperecedera de los vientos huracanados de la poesía dominicana? ¿Quién lo hubiera dicho? ¿Quién, sino el tiempo?

Según el poeta Lugo Hernández Rueda, en su obra La Generación del 48 en la Literatura Dominicana, página 21, “el 14 de abril del año 1948, había nacido el Diario El Caribe,…” un acontecimiento que trajo consigo el alumbramiento de lo que posteriormente se conocerá comoLa Generación del 48”. Con el citado periódico surge una nueva estética en el contexto literario nacional cuya voz se elevará tanto que supeditará la cabeza del trujillato atroz. Otro órgano de difusión cultural que brindó su regazo a los incipientes poetas fue los Cuadernos Dominicanos de Cultura. Para algunos críticos, esta generación constituye la continuidad de los resultados estéticos del Postumismo, pasando de soslayo la Poesía  Sorprendida (1943-1947). Por su poética, los cuarentiochistas aportaron como rebeldes ovejitas, el léxico dominicanizado llevado en su macuto la tórtola, el cacto  y la guazábara, el Sur y el Norte en su sociolecto; en fin, la poesía comenzó a vibrar bajos los efectos del tambor tañido por manos dominicanas. Cabe recordar a esta generación histórica que la Generación del 48  pulió sus más excelsos trabajos poéticos bajo la oscuridad nocturna que significó para los dominicanos la Era de Trujillo. En muchas ocasiones, estos poetas tuvieron que escribir sus poemas amparado en los subterfugios del símbolo para evadir la tenaz persecución; ser apresados y laceradas sus voces inmisericordes con la oprobiosa palanca del crimen. Sin embargo, y pese a todas las vicisitudes llevaron los acordes de su canción más allá de los rayos solares para gritar a los espacios ventosos, la rabia que los arrastraba por las profundidades de aquel mar tortuosos de indolencia estatal. La colectividad constituyó para estos jóvenes, a la fecha, todas las manifestaciones del arte dominicano, según reza uno de los objetivos del grupo literario.

Nombre tan rimbombantes como los de: Valera Benítez, Ramón Cifré Navarro, Máximo Abilés Blonda, Rafael Lara Cintrón, Alberto Peña Lebrón, Víctor Villegas, Luis Alfredo Torres, Abelardo Vicioso, Lupo Hernández Rueda, Abel Fernández Mejía, Juan Carlos Jiménez, serán eternas luminarias que enfocaran el firmamento de nuestra poesía nacional.

¡Muchas gracias! Muchas gracias por permitir contextualizar, dentro de un marco generacional a este grupo de audaces poetas. Lo hago porque, para mí, estudiar un escritor ensayista, novelista, poeta o dramaturgo, es pertinente que entendamos su pertenencia a una época a la que debemos  recurrir para conocerlo intestinamente.

Por otra parte, permítanme señores, invitar a este contorno a unos de los poetas responsables  de que la Generación del 48 fuera lo que fue y seguirá siendo en los escondrijos de nuestras letras dominicanas. Su vínculo con la literatura se inicia en la primavera de su existencia con la creación de asociaciones culturales y literarias propiamente dicho. Después de impregnar el contexto con la magia excelsa de su decir, todas las calles, todos los espacios, todos los árboles, todos los clubes, todas las aulas, todos los tabernáculos; en fin, todos los cerebros de sus contertulios que coexistieron con él en su Macorís del Mar, tierras fértiles para sembrar la palabras sin germinar y cosechar luego, la poesía en boca de poetas como el inmenso Don Pedro Mir, esteta de insignificable tamaño, pero con la estatura poética perfilada tan largamente marmórea en el vientre del tiempo; los Hermanos Delignes, Rafael y Gastón Fernando, por mencionar sólo algunos.

Más tarde, golpeado por el siempre inconcluso huracán imbricado en sus entrañas se ve compelido a abandonar su fecundo lar para encaminar la esencia de sus pasos hacia la centenaria ciudad de Santo Domingo. Sin embargo, por su poesía, impregnada de lluvia, pasan una y otra vez las imágenes de su pueblo como fantasmas de hierro que clama  en el filo de su presencia.

En su elegía mojada por la lluvia, el poeta se yergue y canta:


                                   “La persistente lluvia copiosa
                                   del verano
                                   desconcierta.
                                   Atrae rostros sombríos que el viento
                                   empuja una y otra vez
                                   a las galerías
                                   de sus tumbas,
                                   mientras el pensamiento vaga
                                   como un pájaro ciego.”


En su libro “Charlotte Amalie”, el poeta intenta definir el origen de la dominicanidad imbricada en el seno de la caribeñidad; unas veces tan deseadas y, otras tantas, tan desdeñadas.

Con todo y haber sostenido un ameno y sincero Diálogo con Simeón nuestro poeta incursiona en las lides de las ciencias jurídicas con las cuales se dedica al envidiable oficio del Derecho. Pero su accionar poético no se detiene ante los escollos de la vida y, ni siquiera los tortuosos y empinados caminos hacia la conquista del laurel lo han amilanado en la búsqueda de expulsar los dioses que han moldeado el barro con el que se creó la inocencia del cosmos.

“Poco tiempo después” salió de sus manos como un manojo de palomas plásticas intentando surcar la infinita concavidad de lo celeste. Una vez más, nuestro bardo nos confirma que “Ahora no es ahora” y que también “Jamás” la “Muerte herida” con los filamentos del parlotear conforman el manojo de su producción poética. Por ellas, por su atrevimiento, por su imperiosa necesidad de afinar el laúd de su misteriosa musicalidad interior, el jurado del Premio Nacional de Literatura le entrega el codiciado galardón.

Al momento, nuestro amigo poeta se consume en la agonía de treinta y seis prolongados años viendo trajinar el tiempo explayándose en los campos estrechos de la docencia. Varias conferencias, charlas, encuentros como éste, los lleva a cabo estacionando su carruaje en la entelequia de la avenida onírica  del placer lúdico.
                                          
Perdonen que hasta estos instantes les haya mantenido a los sentidos en el más atroz anonimato a nuestro reconocido hombre de letras y poesías, gran ser humano entre los humanos, Cid Campeador de nuestra poesía, pero es justo que honremos  la presencia de Víctor Villegas, poeta de la colectividad y el deseo, en estas calurosas tierras del Noroeste del país dominicano.

¡Ahora sí! ¡Muchas gracias Poeta y Maestro!


[1] Semblanza del Poeta Víctor Villegas, leída al momento de entregársele un Certificado de Reconocimiento en el marco de la celebración de la Primera Semana con la Literatura, celebrada en el CURNO, Mao. Honramos la memoria del poeta ido a la infinitud del Parnaso.

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