Por
Juan Glabert
Hoy
estoy más que ansioso por escribir al rededor de la historia, cuando en la
virginidad de la pasión ajena, se tejen
los recuerdos de la niñez inconclusa, y no relatada, porque el silencio ya
no desborda la estatua del poeta. Y es
que Bergson Rosario, al igual que muchos, está cansado de escuchar la misma
historia, esa que nunca fue la doncella para espantar los espíritus de la
mentira, de la desidia, de los malos recuerdos que hicieron del hombre un pobre
tonto.
En
la virginidad de la historia, es más que un desahogo y un acto de amor al
hombre patria, al mismo hombre que sembró la tierra de humanos relatos en la
cultura cotidiana. Sentado en el rincón
del sosiego del balcón de la alcoba,
donde alguna vez en la historia soñó con ser poeta, el autor escribe, rejuega
con el relato El Niño, porque su autor es el mismo hombre de esta historia que
en la virginidad del olvido ha sido rematada como residuo, como música sin
retorno una noche de invierno.
Este
es un poemario fino, bien construido en
la presencia de los recuerdos, compuestos por tres grupos de poemas que se
entretejen para calcinar la desmemoria en el horno crematorio, en la imposición
de la ignorancia. Prefacio vertical, Reminiscencia diurna y La muerte no te toca, son las partes que
constituyen la primera exteriorización de la vida. Poemas que hacen del agua el espejo circular
del mismo relato que se impregna de la interiorizaciòn de la niñez, del abandono en las primeras
horas del día, cuando apenas:
"Tu-Niño-Eterno
Eres el innombrado niño de bronce
de bronce y miel y lágrima seca
Tu-Niño-Sonámbulo
te absorbía las gotas de sombras
sin qué te arropara el caduco
manto
Porque la muerte no te toca
no te tocara jamás
Eres el retorno de las formas
el retorno de las formas."
Al
deshojar las hojas del poema, el lector se encontrará con un segundo poema
largó, dedicado al maestro de maestros Benavides, ese ser de luces infinitas
que desde las aulas de la patria ha confirmado la existencia del compromiso
humano. "Es hora de escaparnos de los pardos dominios de Morfeo y
aclararnos el alba pensándote regodearnos en tus ruedos de cimientes milenarias
para construir una pirámides que huela a ti."
En
la última parte la historia ya no parece virgen, pero es más dolorosa que
pensarse muerto cuando el ataúd es ahora el muro que protege el césped del
tirano. Epígrafe sobre Haití; se adentra en la instancia insoportable del dolor. Es que el hombre del otro lado del
muro es el mismo hombre de este lado. Porque el dolor del otro lado con la
devastación de la esperanza es el mismo dolor de este lado, en donde la
hipocresía es la destrucción del sueño milenario.
Lo se
nadie osa levantar la voz
para evitar el contagio de los
lamentos
lamentos sordos en la distancia
nadie se lame a si mismo
las heridas del tiempo.
La
pasión que desborda este poemario, se oculta en la necesidad de salir
definitivamente del dolor propio y del dolor ajeno, y de rematar por fin la
historia mal contada. La que oculta al hombre bueno en la guillotina de la
ignorancia y en el desamor y en el abandono de la niñez sin nombre, en la
insensatez del pueblo oprimido, porque al parecer el color de la piel es
dañino, cuando en la oscuridad desaparecen los recuerdos.
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